jueves, 10 de noviembre de 2011

MUJER DE ALEJANDRÍA de Dolors Alberola




MUJER DE ALEJANDRÍA de Dolors Alberola



Hoy quiero proponerte que desnudes mi alma,
que atravieses mi voz y cada sílaba
la tomes lentamente entre los labios
que no quise alcanzar.
Mastícalas muy fuerte, extráeles la sed,
que todas sus gacelas se arrepientan
de no haberte rozado.
Arrúgame el paisaje de la a y rómpeme los ríos
que guarda esa vocal en su andamiaje.
Luego, delgadamente, tritura una a una
todas mis consonantes y déjame sin voz.
Será como arrancarme la piel; yo, matemática
y astrónoma y filósofa, veré cómo destruyes
mis libros y mi cuerpo y ni aún así podré
olvidar que la tierra gira en torno del sol
como yo misma giro en torno de tu nombre.

Hoy quiero proponerte
que me mates al fin, que me deshagas,
que me apartes de ti. Ni de ese modo
dejaré de habitar la dulce biblioteca
de tu palabra viva,
el verbo que jamás he logrado besar con mis poemas.



Dolors Alberola


-o0o-







martes, 25 de octubre de 2011

EL POTRO BLANCO de Juana Castro








EL POTRO BLANCO



Tiene razón ella, y el espejo
que me enseñó esta tarde.

-Mírate, tú no eres un hombre.

Los hombres nunca tienen
esa fiebre en los ojos, ni los muslos
les florecen redondos, ni en los pechos
les crecen dos botones
erguidos como islas detrás de la camisa.

-Mírate.
Y me miro,
y me voy desnudando
de mis tristes aperos.

Y entonces aparece, sin que yo lo convoque,
mi cuerpo como el lirio
de sol y la radiante manzana de la carne,
igual que en el milagro
del primer potro blanco saliendo de su madre.


Juana Castro

domingo, 23 de octubre de 2011

LOS OJOS DEL POETA de María G. Romero







LOS OJOS DEL POETA


Al raso de la vida, deambulo,
por la Caleta libre de mi orilla.
La mar que teje el sueño,
que sostiene,
en su emoción atlante,
el trino de las aves que me buscan.
Algas y caracolas de la cuna,
donde sigo soñando,
esa luz irreal,
esa rosa cerrada de perfumada cal,
blanca paloma en cruce de caminos;
eucaliptos guardianes plantados en el alba,
Guadalete que gime,
castillo de Matrera,
inmensos olivares,
con sus huellas de sol sobre los hombres.
Duendes que taconean,
el compás de su aire,
como un embrujo,
o, acaso sean los ojos del poeta.


María García Romero